El ítalo argentino que no quiso desarraigarse de la universidad pública

Mario Benedetti es un “rock star”, pero de la ingeniería. Cuando habla en un auditorio, los jóvenes lo escuchan fascinados; y cuando finaliza la charla se abalanzan sobre él para conseguir una selfie. Y es que este marplatense por adopción tiene una forma amena y cálida de llegar a la gente y de contar su experiencia en la construcción del gran colisionador de hadrones o Máquina de Dios. Vino a Tucumán invitado por la Facultad de Ciencias Exactas y Tecnología de la Universidad Nacional de Tucumán.

El LHC -por sus siglas en inglés- es el acelerador de partículas más grande y energético del mundo. Usa un túnel de 27 km de circunferencia que se localiza a 100 metros bajo tierra, en la frontera franco suiza, cerca de Ginebra. Alrededor de 10.000 físicos de 34 países, de cientos de universidades y de laboratorios del mundo participaron en su construcción. Se trata del instrumento más grande creado por el hombre. Aunque parece sacado de una película de ciencia ficción, permite simular las condiciones en las que se originó el universo. Posibilita un “viaje hacia el pasado” -más concretamente hacia 13.840 millones de años atrás-, para entender cómo se expandió el universo luego del “Big Bang”.

Benedetti nació en Italia, pero a los dos años llegó a Mar del Plata. Con el tiempo se convirtió en el primer argentino en integrar el equipo que construyó el LHC, que pertenece a la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN, por sus antiguas siglas en francés). Estudió Ingeniería de Telecomunicaciones en la Universidad de La Plata, luego obtuvo el diploma de Doctor en Ingeniería en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP). Es miembro fundador del Laboratorio de Instrumentación y Control (LIC), investigador del Conicet y agregado científico permanente en el CERN.

El reconocido ingeniero narra que entró de manera casual al CRN y que, aunque le ofrecieron quedarse, a partir de su buen desempeño optó por seguir colaborando desde su país. “Yo soy argentino por decisión, todo lo que soy se lo debo a este país. Por lo tanto, cuando me ofrecen esto les presenté una alternativa para seguir trabajando desde Argentina; y ahí empezó la colaboración entre ese centro y la UNMDP”, explica.

El profesional afirma: “me formé en la escuela pública, en forma gratuita; y me parecía que no correspondía que yo fuera a depositar mis conocimientos en otro lado. Además, me había jurado que no iba a volver a vivir la experiencia de inmigrante, yo había venido con mis padres, de muy chico”.

Benedetti cuenta que a partir de un convenio que firmaron ambas instituciones, los becarios de la UNMDP empezaron a ir al centro europeo y a ser contratados, mientras se doctoraban, y aun hoy lo siguen haciendo. “Allí resuelven problemas del Gran Colisionador, y esto permite que la Universidad y los laboratorios se vean beneficiados con material y con instrumental. Pudimos cambiar la visión de lo que era posible y accedimos a tecnología de punta”, indica.

Una pila de 20 km de información, cada año

Benedetti explica que, si uno apilara en discos la información generada por esa máquina durante un año, llenaría una pila de 20 km de altura. Esto representa una elevación superior a dos veces el pico del Monte Everst, que tiene aproximadamente 9 mil m de altura.

Para dar un contexto histórico, cuenta que los aceleradores de partículas existen desde 1948 y que desde entonces fueron dando resultados que permitieron explicar cómo funciona el universo, lo que ayuda a que se lo conozca mejor.

“Antes, el acelerador más grande del mundo estaba en EEUU. Los científicos que trabajaban allí percibieron que faltaba una partícula. Peter Higgs había anunciado la existencia de esta partícula, que permitía explicar por qué las cosas tienen peso -la existencia de la masa-”, explica Benedetti. Y agrega: “había indicios de que se podía reproducir esa partícula, pero la estadística decía que con esa máquina se iba a tardar mucho tiempo. Ahí empezó la construcción del LHC, con la idea de encontrarla”.

El experto en fuentes de alimentación señala que recién en 2012 el Gran Colisionador de Hadrones encontró el “Bosón de Higgs” (en homenaje a Peter Higgs) o “partícula de Dios”. “Los descubrimientos hasta entonces permitían conocer cuáles eran las piezas que conformaban el universo y cómo se relacionaban, pero no existía la manera de darle la masa que necesitaban esas partículas para que sean atraídas por la fuerza de gravedad. Una vez que las partículas adquieren masa, son capaces de formar planetas, seres humanos… y ahí empieza todo”, finaliza.


Fotografías: gentileza de Miguel Vero, profesor de la Facultad de Ciencias Exactas

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