La Reforma Universitaria de Córdoba como invitación permanente



“…Hemos resulto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan..”.
Manifiesto liminar de la Reforma Universitaria
Por Paulo Falcón* | Como cada 15 de junio, América Latina y el Caribe conmemoran los hechos de Córdoba de 1918 y su movimiento de Reforma Universitaria. 

Esa chispa, que como reguero de pólvora fue esparciendo por todo el continente y más allá su proclama de cambio y modernización de esa vieja idea de universidad colonial, para dar paso a una universidad comprometida socialmente que, atravesada por la democracia, sea plataforma de ideas y sostén de libertades e igualdades. 

En las palabras del bello manifiesto liminar, se explicita una llamada continental en clave ética, política, académica y científica; nada universitario queda fuera de su mirada atenta a la realidad de aquel entonces, desde la perspectiva sentida, dura, y a la vez esperanzadora de una juventud que no se resignaba con lo posible y se asumía como motor de progreso. 

La mayoría de nuestros sistemas universitarios fueron impregnados por el programa reformista, sentando las bases de políticas de resguardo y defensa de la autonomía y autarquía, del gobierno democrático y republicano, del laicismo, de la promoción del acceso y la eliminación de mezquinas restricciones, de garantías de libertades académicas, de la investigación como un triunfo de la razón, y del desarrollo de la extensión universitaria para resolver y atender problemas sociales y de fomento del desarrollo, por citar los ejes cardinales de nuestra cultura universitaria. 

Pero sin dudas este modelo que, de modo anticipado, promovía la educación centrada en el estudiantado, esboza un principio fundamental: el pensamiento crítico como germen para hacer de la universidad una estructura viva, en movimiento perpetuo, pensándose, y repensándose en su tiempo, territorio y con su gente. 

Esta apertura y adecuación a cada contexto, hace que no sea posible encontrar dos universidades iguales, sino que cada una es un proyecto propio en sí mismo, pero todas a su vez, ligadas por una misma tradición de responsabilidad con su pueblo y su futuro. 


En pleno siglo XXI, la Reforma Universitaria del ’18 nos sigue invitando a la custodia de su legado, en la defensa incalificable de la educación universitaria como derecho humano, bien público y responsabilidad principal e indelegable de los Estados, derribando actitudes conservadoras y arbitrarias, dando lugar a comunidades inter y multiculturales, donde los colectivos se respetan en sus identidades y oportunidades, como mecanismos de inclusión real y efectiva y no meramente declarativas, porque en esta universidad reformista se garantiza a sus miembros el derecho a una educación superior de calidad para todas y todos y a lo largo de la vida. 

De modo que cuando hablamos de acceso a la educación, no podemos limitarnos a considerar desde lógicas inclusivas solo al estudiantado, sino que también debemos hacerlo en referencia al profesorado, al colectivo de trabajadores de las universidades, y a quienes egresan y deben tener la posibilidad de insertarse efectivamente en un mundo cambiante e incierto. 

La reforma universitaria lidió en su momento con la pandemia de la gripe española y hoy, a más de cien años, sobrevive a la pandemia del COVID-19 como reclamo de equidad en América Latina y el Caribe, que es la región más inequitativa del planeta, haciendo un llamado a la solidaridad para que la distribución de los beneficios del conocimiento posibilite la movilidad social ascendente. 

Los aprendizajes nos muestran que, en particular en estos momentos, es de reformistas pensar que, si la educación es un derecho humano, todo lo relativo a la educación debe ser interpretado en clave de derechos humanos, por lo tanto, el acceso, la promoción y el egreso a la educación universitaria, en la actualidad, debe ir acompañado del acceso a conectividad y a artefactos que posibiliten que el conocimiento sea un bien público y por lo tanto disponible para la totalidad de la sociedad. De lo contrario, lejos de favorecer el acceso por medio de entornos virtuales o híbridos, reproducimos y consolidamos desigualdades. 

Nuestras universidades y sus comunidades han soportado crisis y viven en la actualidad una oportunidad de cambio, haciendo de las estructuras pergeñadas en tiempos pasados organizaciones que a partir de los valores que nos inspiran, además conjuguen formas ágiles, sostenibles, dinámicas e inteligentes, empáticas con la gente y atentas a la construcción de un mañana mejor. 

Es así como la reforma del ’18 le propone a la sociedad de conocimiento contar con más libertades y menos vergüenzas, renovando su invitación al ejercicio del bien, de la verdad y la belleza como plataformas de futuro igualitario y equitativo para las generaciones actuales y venideras.  

* Miembro consejero de UNESCO IESALC

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